sábado, 21 de julio de 2007

Richard O' Connor reveló al verdadero Jack London en una excelente biografía; he aquí algunas partes cruciales para conocer al aventurero escritor...

La fuerza motriz que lo impulsó a producir cincuenta libros en dieciséis años de su carrera profesional fue el insaciable deseo de éxito, con todos sus beneficios. Si en su juventud fue atraído por Marx, también había leído a Horatio Alger, de niño. Quería ver un mundo mejor y radicalmente diferente, pero, entretanto, se proponía firmemente disfrutar de todos los beneficios materiales de una sociedad a la cual creía podrida y corrupta. Estaba orgulloso de ser socialista y revolucionario, pero tenía un ayuda de cámara que lo llamaba Señor Dios sin correr el menor riesgo de ser reprendido. Discutía la revolución que se aproximaba, en su mesa de gran señor. Podía comer el pan proletario y al mismo tiempo el pastel capitalista. El resultado fue una indigestión predecible y fatal. Ya que London era un precursor en más de una manera que la puramente literaria, sin la intención de serlo y sin querer demostrar a través de su propia vida que los frutos de una sociedad materialista pueden ser amargos, demostró que también puede ser cierto que nada frustra tanto al hombre como el éxito. Señaló un cambio en los conceptos trillados. Antes de la primera guerra mundial se creía el hombre próspero vivía feliz siempre. Desde entonces, los héroes de la Leyenda del Éxito han sido condenados a un fin trágico, frustrado; sus luchas, generalmente, terminan en alcohol y en desilusión.
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De todos los héroes y víctimas del éxito norteamericano los escritores son los más propensos al accidente psicológico. Casi ninguna figura literaria notable, desde el principio del siglo, ha escapado a esta suerte. Upton Sinclair ha hecho una lista de los escritores célebres conocidos por él, que han sido mutilados por lo que él llama las garras de John Barleycorn. Todos ellos han sido aclamados y muchos de ellos se han hecho ricos debido a su talento, inclusive el mismo London (…) Si hay una razón definitiva de este fenómeno, este infortunio tan común en el éxito literario es muy posible que se encuentre en la vida y en la obra de London. Casi todo lo que escribió se derivó de su propia experiencia. Muy poco de su vida y de sus pensamientos lo escondió de su público. Vivió en un acuario construido por él mismo, en el cual se colocó en exhibición, noche y día, durante las épocas buenas y las malas, hasta la última hora de su existencia.
Fue su habilidad para llevar a cabo la transmutación de la vida a la literatura, los hechos aventureros y ásperos de su propia existencia, lo que impide hoy que los libros de Jack London se empolven en las bibliotecas. Nadie ha captado mejor esta cualidad de London que el crítico inglés Stephen Graham, quien escribió en The Death of Yesterday: Es un escritor viviente. Sus libros se seguirán leyendo cuando muchas grandes obras de arte de hoy no sean más que nidos de polvo. Es inferior a Conrad, pero más grande… Es el escritor del hombre joven. Entre él y la juventud, vuela una chispa viviente. Tiene el poder de animar y poner en marcha lo que todavía está quieto e inmaduro… No escribió para los Estados Unidos perfectos, sino para los Estados Unidos aún sin terminar.
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Muy pronto descubrió lo que constituiría el personaje central de su obra. Como en muchos escritores de altura, ese personaje era él mismo.
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Tal como la vio posteriormente, su lucha durante el invierno de 1898 a 1899 por escribir algo que compraran las revistas y los periódicos hubiera sido menos penosa, de haber conocido a alguien que le hubiera servido de guía. No conocía a nadie que se ganara la vida escribiendo, ni siquiera a un escritor profesional tan secundario como un periodista. No había nadie que leyera su manuscrito y le dijera en dónde se había apartado de las reglas. También le molestaba que a pesar de haber perdido un poco de tiempo en la escuela secundaria y en la universidad tendría que olvidar casi todo lo que ahí había aprendido acerca de literatura. Sus profesores, decía, a pesar de ser tan eruditos en las sutilezas y refinamientos de la prosa en inglés, sencillamente no sabían nada en 1899 acerca de los problemas prácticos de escribir y vender lo escrito. Si hubieran sabido algo, hubieran abandonado sus aulas y estarían golpeando sus máquinas de escribir. Tampoco podía sacar provecho del rechazamiento de sus manuscritos. Las notas que recibía con ellos, casi invariablemente, eran cartas ya hechas, que no le indicaban en dónde había fallado, o cómo podría hacer sus cuentos más aceptables.
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Desde el principio, su enfoque fue estrictamente profesional. Escribir por otra cosa que no fuera dinero le parecía ridículo. Para él, era un trabajo duro, aun en aquella época, y lo fue más duro posteriormente. En lo que a él se refiere, desconoció la alegría de crear. Insistía en que la única cosa que le proporcionaba alegría al escribir era abrir apresuradamente los sobres con los cheques de los editores. Desde el principio estuvo convencido de que la alegre fiebre de la composición creadora, era exclusivamente de aficionados.
Su mira no era llegar hasta la cima de la literatura, sino, como dijo a sus amigos socialistas, producir mil palabras diarias y venderlas a centavo la palabra. Todo eso era mercancía cerebral. No valía la pena hacer nada que no tuviera éxito en el mercado.
Por supuesto, había exceso de protestas en todo esto. Es cierto que al final de su carrera escribir se convirtió para él en una tarea agotadora. Sin embargo, en sus primeros años de escritor la sola calidad de su prosa –su vehemencia, su vitalidad, su ritmo ondulante— indicaban que debió haber encontrado por lo menos un deleite momentáneo en su trabajo. Quizá haya sido la satisfacción del artesano, más bien que el embeleso del poeta; pero ni el escritor más mercenario puede producir una frase excelente sin felicitarse a sí mismo.
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Ya con una reputación y algo de celebridad en la localidad, podía imponer respeto a sus acreedores, para que le dieran más tiempo. En una casa grande, era más fácil vivir por encima de sus medios que en los cuartos de una vivienda. Continuó escribiendo cuentos, ideando empresas más grandes y, por dinero contante y sonante, convino en escribir una serie de artículos para el suplemento dominical del Examiner de San Francisco, sobre temas que variaban desde boxeadores profesionales hasta una borrachera con cerveza alemana. Había absorbido el credo del hombre que trabaja por su cuenta, de que si uno sigue produciendo y haciendo circular el material en gran cantidad, algo de ello tiene que encontrar acomodo.
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El Daily News de Yale informó que Jack había dicho que en todo el mundo existían siete millones de hombres que luchaban por derrocar al capitalismo. Estos hombres se llaman entre ellos camaradas, mientras luchan hombro con hombro, bajo el estandarte de la rebelión… La revolución está aquí, ahora. ¡Deténgala quien pueda!
El también había asistido a la universidad, dijo, y la encontró limpia y noble, pero no encontré la universidad viva… Y el reflejo de esta universidad ideal que encontré fue el conservadurismo, el desinterés del pueblo norteamericano por aquellos que sufren, que están necesitados. Así, me interesé en el intento de incitar en la mente de los jóvenes de nuestras universidades un interés en el estudio del socialismo… Si los universitarios no pueden luchar con nosotros, queremos que luchen contra nosotros, que luchen sinceramente contra nosotros, por supuesto. Pero lo que no queremos es lo que se obtiene hoy y lo que se ha obtenido en el pasado de la universidad; sólo un amortecimiento, falta de interés, e ignorancia en lo que se refiere al socialismo. ¡Luchen por nosotros, o luchen contra nosotros! ¡Levanten su voz, de un modo o de otro! ¡Tengan vida!
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Jack les dijo: Se ha confiado el mundo a ustedes; y ustedes lo han embrollado y administrado mal. A pesar de sus jactancias, ustedes son incompetentes. Hace un millón de años, el hombre de las cavernas, sin herramientas, con un cerebro pequeño y con nada, excepto la fuerza de su cuerpo, pudo alimentar a su mujer e hijos. Ustedes, armados con todos los medios modernos de producción, que multiplica un millón de veces la capacidad productiva del hombre cavernario; ustedes, incompetentes y atolondrados, son incapaces de asegurar a millones de gente siquiera la mezquina cantidad de pan que sostendría su vida corporal. ¡Han administrado mal al mundo y éste les será arrebatado!
Por la impresión que daba Jack, antes de regresar a California, a principios de febrero, parecía estar prometiendo una revolución antes del desayuno. La revolución está aquí, ahora. ¡Deténgala quien pueda! Parecía que el espíritu de insurgencia lo había inflamado. A pesar de todos sus pregones desde la tribuna, sus propios planes, para el futuro cercano, incluían muy poca actividad revolucionaria. Su único deseo era alejarse de todo, recluirse en la Posada Wake Robin, de la cual le arrendaban una parte la señora Eames y Edward Payne, y concentrarse en su carrera literaria.

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A mediados del verano trabajaba asiduamente en The Iron Heel, libro que ha sido calificado desde plan detallado del fascismo –Maxwell Geismar— hasta el predecesor de 1984 de George Orwell –Max Lerner—. Ahora es una curiosidad que no se publica desde hace mucho, pero fue uno de los libros más poderosos e influyentes de su tiempo.
De la escena prehistórica de Before Adam, Jack se cambió al futuro, en The Iron Heel. Se pretendía que éste era el manuscrito que había dejado Avis Everhard, esposa del dirigente socialista, como una historia de años imaginarios en que la Oligarquía había aplastado la Revolución del Pueblo. Jack tomó su tema de Our Benevolent Feudalism, de W. J. Ghent, publicado varios años antes, y que preveía la integración completa del capital en una dictadura de mano de hierro.
En esta novela, orientada hacia el marxismo –aún es muy popular en Rusia—, Jack imaginó lo que sucedería cuando los oligarcas gobernaran en los Estados Unidos y aplastaran la oposición socialista. Su héroe, Ernest Everhard, organizó un ejército clandestino llamado Grupos de Lucha, que eran la única espina del lado del Talón de Hierro que éste nunca podría arrancarse. (Por supuesto, Everhard había sido modelado a semejanza del autor, o de lo que Jack se imaginó que sería él como el caudillo de la contrarrevolución socialista. La historia de amor de la novela era la de Charmian y él. Su rancho en el Valle de la Luna era el escenario de la retirada de último recurso de Everhard. Como marxista literario, Jack era todo un culto de la personalidad de un solo hombre).
La confrontación de Everhard con los oligarcas, en su cuartel general de San Francisco, era una de las escenas más conmovedoras de la novela. Everhard les advierte que tiene tras él a veinticinco millones de proletarios militantes, listos para oponerse a la oligarquía de la economía y la industria. El grito de ese ejército es: ¡Sin cuartel! Queremos todo lo que ustedes poseen. No quedaremos satisfechos con nada menos que con todo lo que ustedes poseen. Queremos en nuestras manos las riendas del poder y el destino de la humanidad. He aquí nuestras manos. Son manos fuertes. Vamos a quitarles su gobierno, sus palacios y todas sus purpúreas comodidades, y desde ese día tendrán que trabajar por su pan, como el campesino en los campos o el empleado hambriento e insignificante de sus metrópolis…
A esto, la Oligarquía responde: Cuando estiréis vuestras manos jactanciosas, para tomar nuestros palacios y nuestras purpúreas comodidades, os enseñaremos lo que es la fuerza. Nuestra respuesta se expresará en el rugir de las bombas y la metralla, y en el gimoteo de las ametralladoras. Pulverizaremos a vuestros revolucionarios bajo nuestro talón y caminaremos sobre vuestros rostros. El mundo es nuestro, nosotros somos sus amos, y nuestro seguirá siendo…
La contrarrevolución socialista termina en una derrota sangrienta y el pueblo queda reducido a la servidumbre. Una de sus tareas consiste en la construcción de la megalópolis de Asgard, la cual es terminada en 1984 –uno se pregunta si esa fecha se grabó en la memoria de George Orwell, quien leyó The Iron Heel, como admirador de London, en su niñez, y que consideraba sus libros como no bien escritos, pero bien dichos.
El diario de Avis Everhard termina con la predicción de que cuando estalle la gran Revolución y el mundo resuene con la marcha pesada, la marcha de millones, será derrocada la Oligarquía y el socialismo triunfará.
The Iron Heel, escrita con todo el ardor y la pasión revolucionaria a la disposición de Jack, apareció poco después que comenzó el pánico de 1907 y no fue un gran éxito, inmediatamente. Con el tiempo se vendieron 66.928 ejemplares en edición encuadernada, en los Estados Unidos. Pero su influencia fue aún más grande de lo que pudieron indicar las cifras. En ella se educó toda una generación de revolucionarios. El intelectual ruso Bukharín la incluyó en su bibliografía de literatura comunista como la única aportación hecha por algún autor norteamericano.
El finado Aneurin Bevan, que la leyó cuando era un muchacho minero, escribió en su autobiografía que, al igual que miles de hombres y mujeres jóvenes de la clase trabajadora de Inglaterra, y como desde entonces he sabido, en muchas otras partes del mundo, él se convirtió al marxismo por The Iron Heel (…) La obra, leída ahora, con todos sus duelos verbales llenos de vulgarismos, entre el protagonista y el oligarca, es en su mayor parte un melodrama sin finura, en el que aparecen personajes que parecen haber salido de folletos, cartelones y proclamas que hablan a gritos y disparan sus ametralladoras de cartón, pero que nunca adquieren vida. Tal vez eso pueda suceder aquí. Si es así, el tiempo ya ha marchitado su credibilidad y sólo será recordado el libro como una curiosidad, para ser puesta junto a la mucho más impresionante novela 1984, de Orwell, la cual, si tenemos suerte, parecerá igualmente una rareza en 2007.

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[Del libro titulado Jack London (Biografía)
Por Richard O’ Connor]