Miércoles 12 de septiembre de 2007
(Por la noche)
(Por la noche)
Señor Damián Tabarovsky:
Creo que usted puede ser mi salvación, en cierto sentido –en un sentido muy práctico y concreto y real—. Disculpe que comience la carta así, de este modo tan apresurado, pero la urgencia y la emergencia real que me circundan, me obligan a encarar esta carta de este modo –y de los modos que vendrán de aquí en más hasta haber finalizado la carta y los comentarios que necesito hacerle—. Recién leí por vez primera su última columna del diario PERFIL del domingo pasado, la que habla sobre la peor letra de rock y cómo le gustó a usted la versión cantada por Johnny Cash. Permítame decirle, con total humildad, que la columna o la nota breve o el artículo corto que fue publicado el domingo anterior a la nota sobre Johnny Cash, me pareció un poco mejor, y que varias de las notas ya publicadas anteriormente, también me parecen mejores que estas últimas. Se lo digo como lector de su columna y como lector del suplemento de Cultura del diario PERFIL en general, como lector crítico, y hasta se lo digo como si fuera una advertencia amistosa, aunque no seamos amigos. Me gusta cómo escribe usted. Leo siempre su columna y también la de Quintín y la de Maximiliano Tomas. El resto del contenido puedo leerlo o no, según el día, según las ganas de leer que tenga ese día, si hay avidez de lectura o si no la hay. Pero las tres notas breves o columnas que recién le mencioné, esas sí que las leo todos los domingos en los que compro el diario –a veces no lo compro—. Pero mi intención con esta carta no es adularlo a usted ni mucho menos. Le escribo porque usted es el Director Editorial de Interzona Editora; editorial que me interesa mucho por sus características e ideología o línea editorial, digamos. Me refiero específicamente al contenido de los libros. A cada editorial le interesan ciertos contenidos en particular o en especial. Y en Interzona siento y percibo cierta afinidad o simpatía o complicidad y condescendencia. Me alegro cuando veo reseñas de sus libros en las revistas de cultura. Una vez me llamó la atención una columna suya, en donde decía que los domingos se compraba y leía cuatro diarios, creo, y creo, también, que eran los siguientes: PERFIL, La Nación, Clarín y Página / 12. Eso lo leí hace bastante, y me sentí muy identificado. Yo ni loco me compraría los cuatro diarios, pero sí me compro dos los sábados a la mañana –Clarín y La Nación, porque ahora trae la revista cultural de los sábados, Adn Cultura— y a veces me compro dos los días domingo –PERFIL, que lo compro casi exclusivamente por el suplemento de Cultura, y el Clarín, que es más popular pero que igual entretiene entre facturas y mates mañaneros—. Pienso que la editorial que más me gusta de todas es y será Anagrama, de España, por el contenido de los libros y el diseño gráfico de las tapas de los libros y por lo que significa la editorial en sí; la Contracultura, el Underground, lo polémico, los excéntricos, los transgresores, los buenos narradores, los mitos y las leyendas, etcétera, etcétera. ¿Qué hice? En abril del año pasado, el 2006, le envié una extensa y desfachatada carta al fundador de la editorial, el muy conocido e influyente Jorge Herralde. No creo que Jorge Herralde haya leído la carta ni el material que le envié desde mi casa hasta Barcelona, hasta su oficina en la calle Pedró de la Creu. La que sí leyó la carta, por lo menos, fue una mujer llamada Paula Canal, que no sé qué cargo o puesto desempeña dentro de la Editorial Anagrama. Después me mandaron una carta en donde decían que iban a evaluar el material en el departamento de lectura, o algo así, y que luego, pasado el tiempo, debería retirar los originales personalmente. Yo les dije, entonces, que me quedaba un poquito lejos como para ir y que no había problemas, que en todo caso se los regalaran a algún argentino que anduviera dando vueltas por Barcelona. Hace un mes aproximadamente, me llegó un paquete de Anagrama devolviéndome mis cosas, el material literario –los poemas y las prosas—, las veintiséis fotografías que les había enviado y varias cosas más, como todas las fotocopias de las tapas de los catorce números de las dos revistas literarias que dirigí en años anteriores –Trascender y Aquí y Ahora—. La carta, nuevamente escrita por Paula Canal, dice lo siguiente:
13 de noviembre de 2006
Estimado Esteban Costa,
Le devolvemos los originales que nos remitió para su posible publicación.
Sentimos comunicarle que debido al exceso de títulos contratados, no nos resulta posible incluirlo en nuestra programación, sin que ello suponga un juicio negativo de la obra.
De todas formas confiamos en que no tenga problemas para su publicación en cualquier otra editorial con menos agobio de títulos y, agradeciéndole que haya pensado en Anagrama, le saludamos muy cordialmente.
Le devolvemos los originales que nos remitió para su posible publicación.
Sentimos comunicarle que debido al exceso de títulos contratados, no nos resulta posible incluirlo en nuestra programación, sin que ello suponga un juicio negativo de la obra.
De todas formas confiamos en que no tenga problemas para su publicación en cualquier otra editorial con menos agobio de títulos y, agradeciéndole que haya pensado en Anagrama, le saludamos muy cordialmente.
Atentamente,
Paula Canal
Paula Canal
Ella dice que ellos confían en que yo no tenga problemas para publicar mi libro, mi novela, en cualquier otra editorial con menos agobio de títulos. También dice que el hecho de devolverme los originales no implica un juicio negativo de la obra; ¡menos mal! También me mandaron un libro de regalo, uno de Kenzaburo Oé titulado Cartas a los años de nostalgia, porque yo en la carta le comentaba –supuestamente a Jorge Herralde— que andaba con ganas de leer un libro de Kenzaburo Oé, ¡Despertad, oh jóvenes de la nueva era!, y ellos me mandaron otro de Kenzaburo, como un regalo, como un guiño amistoso. Para mí que el libro me lo mandó la misma Paula Canal, aunque el mensaje no dice nada al respecto. La verdad es que fueron muy generosos al haberme devuelto todo el paquete que yo les había enviado y que me había costado mucho dinero, para lo que es mi bolsillo de joven trabajador de clase media baja de los barrios suburbanos… No soy pobre pobre, ¿entiende? Sobrevivo, y gracias a Dios que sobrevivo. Pero para enviar ese paquete a España había tenido que ahorrar, y ellos sabían mi situación económica si leyeron alguna parte de la novela, que es autobiográfica, y se toca el tema de la desesperación del protagonista, Emanuel Klodi –que soy yo mismo—, para poder conseguir un buen sustento, un buen sueldo o algún milagro que lo haga salir de su situación casi caótica y desesperante. Lo cierto es que había pensado que si me iba mal con mi intento de conquistar alguna editorial española –y no sólo Anagrama—, iba a tener que hacerlo, el intento, con alguna editorial argentina, y desde hace mucho venía pensando en Interzona como una opción, o casi como en la única opción para mí y mi literatura, dado como está todo en la actualidad en el mundo de las editoriales y la venta de libros. Un escritor como yo no tiene muchas opciones, en realidad. Nunca se me cruzó por la cabeza pagar con mi dinero para que me imprimieran y vendieran algún libro mío, y jamás pagaré, por lo menos a esa clase de editoriales. Una vez le dije a un escritor amigo eso mismo, que yo nunca iba a pagar, y que si nunca me iban a editar, iba a ser porque yo era un mal escritor, entonces estaba bien no ser editado. Este escritor publicaba sus libros en la Editorial Dunken, que usted muy bien debe conocer si lee la revista de cultura Ñ –estoy seguro que la lee todos los sábados—, porque allí esta editorial invade con sus anuncios publicitarios de página entera, como también lo hace Editorial de los Cuatro Vientos, aunque menos, porque tienen menos dinero y sólo pueden pagar media página en publicidad, y no una entera como hace siempre su principal editorial competidora. Ni siquiera leo los títulos de esos libros que publican.
Anoté algunas cosas que leí sobre Interzona en una especie de carta de presentación de la editorial:
Su estilo es moderno, innovador, crítico (…) Interzona publica literatura y ensayo contemporáneo. Esto es: escrituras arriesgadas, actuales (…) En su catálogo conviven autores jóvenes y consagrados; narradores, poetas y ensayistas; escritores argentinos y extranjeros. Interzona es una editorial desprejuiciada, intelectual y lúdica. Creemos que la heterogeneidad es un buen modo de definir el presente (…) IZ Latinoamericana: Con más de cuarenta títulos editados, la colección ocupa un lugar de referencia en la publicación de narrativa y poesía latinoamericana.
Si elegí estas oraciones es porque sentí identificación, en algún nivel, con ellas. Creo que yo mismo soy innovador y crítico, aunque no sé si moderno –en mi forma de vestir seguro que no—. Escribo cosas arriesgadas y actuales; tan arriesgadas e íntimas que hasta me da un poco de miedo darlas a conocer. Soy narrador, soy poeta y también ensayista, aunque no escribí ni un solo libro que sea del género ensayo. Quiero decir, intercalo ensayos breves en todos lados, casi siempre en las novelas. Intento ser novelista. Dejé de escribir poemas, pero ya escribí más de doscientos, creo. También creo que soy desprejuiciado, intelectual y lúdico, es decir, me gusta el juego en la literatura, ya sea con el lenguaje o hasta con inusitados vuelos de la imaginación… (Vio, soy poeta…). Se supone que soy un intelectual, por lo menos el más intelectual de todos mis amigos del barrio y de las andanzas barriales –para nada intelectuales—. Y mis libros son bastante heterogéneos –aunque en el fondo o al final, viendo toda la estructura, pueden terminar siendo homogéneos, unidos, compactos, de un mismo tono y tonalidad—. Pueden ser heterogéneos porque hablo de muchas cosas o compongo el libro con diversos materiales, hasta con cartas de amigos y amigas, o escritos de amigos y amigas, aunque ellos a veces no lo saben. Y la colección que elegí sería ésa, IZ Latinoamericana, porque es la colección en donde se publica la narrativa, y yo narro y soy narrador; ya lo verá y ya lo leerá, si le interesa y tiene ganas. No soy del ambiente literario ni me interesa serlo, en todo caso, estoy más de su lado –el equipo del suplemento de Cultura— que del lado de Ñ o Adn. ¿Se entiende? Ustedes vendrían a ser los más polémicos, los que critican y se animan a criticar si les parece necesario hacerlo. El otro día lo de Andrés Neuman en Ñ me pareció bueno, lo del Señor Mercado, seguro que usted lo leyó. Pero Neuman y Garcés viven afuera del país, entonces, ¿me tendré que ir del país para que me publiquen una nota? Y como ellos viven afuera y muy bien, ganando euros y también los pesos argentinos que les deben llegar en cheques, no hablan de temas sociales, su literatura no es para nada comprometida, sólo está comprometida con el Señor Mercado, aunque se hagan los rebeldes… Garcés, en PERFIL, dice que le gusta el comienzo de Trópico de Cáncer de Henry Miller. ¿Y qué tiene que ver Henry Miller con Garcés, que usa elegantes sacos y toma café en París, leyendo la prensa argentina a la distancia, y escribiendo estupideces en la revista Ñ…? Aunque prefiero leer un artículo de Garcés a tener que leer algo de Marcelo Birmajer o de Pablo De Santis. Disculpe, Tabarovsky, que le hable de este modo, pero usted sabrá entender. Si usted no logra entenderme, entonces yo estoy perdido y no cosecharé ningún amigo en ningún cobijo del ambiente literario local. El ambiente en el cual usted se desenvuelve sí me parece digno y respetable. Respeto mucho a Juan José Sebreli, que siempre lo veo hablando en el programa de televisión Los siete locos de Cristina Mucci… Y se pone a hablar y no para… Es un gran intelectual y hace un muy buen trabajo en el suplemento. Tengo diez libros y medio para ofrecerle, para que usted considere como Director Editorial de Interzona Editora. No le voy a hacer un gran envío por correo electrónico, eso no, sería un poco disparatado, pero sí le enviaré algunas cosas para que considere con seriedad y análisis mi escritura. No tengo problema en demostrar todo lo que digo. Tengo las cartas de Anagrama, tengo todas mis revistas, un libro en el cual participé como co-autor y que no pagué nada y me regalaron dieciséis ejemplares del mismo –Historias del Movimiento Anárquico Organizado de Agitación Surrealista, de Ediciones Ubik—. Podría conversar con usted en un café, o incluso tomando mate en mi casa; le puedo mostrar cualquier libro de todos los libros que escribí y hasta las montañas de hojas manuscritas de todos esos mismos libros. Eso existe y está. Que le guste mi literatura o no le guste, es otro tema. Que la parezca buena o mala o regular, es otra cuestión. Yo tengo los libros y usted tiene el discernimiento y el apoyo de una editorial detrás. Le enviaré en forma adjunta los mismos sesenta poemas que envié a Anagrama, y las prosas serán otras –les había enviado sesenta hojas A4 con márgenes chicos llenas de narrativa, de mi libro anterior al último, al de ahora que sigo escribiendo—. También leí por ahí que usted está por cumplir los cuarenta años; yo pensé, por su escritura, que era más joven. Yo tengo veintisiete años, aunque ya estoy más cerca de los veintiocho. Lo dejo, gracias por leer y escuchar, de algún modo –yo cuando escribo, digo, hablo, te cuento y les cuento—. Creo que no se me ocurre más nada para decirte –ahora te trato de vos, quizás sea mejor así—. También hace poco me respondió a un mensaje Juan Carlos Kreimer, pero luego no escribió más –el ambiente en donde se desenvuelve Kreimer también me interesa, en cuanto a lo local—. En mi blog personal hay dos o tres fotos mías, y no más porque me parecía muy egocéntrico, ¿no? Parezco de menos edad, eso es seguro, me lo dicen todos, pero tengo los años que tengo y fueron vividos bastante intensamente, creo, sino ¿de dónde salió todo lo que escribí? De ahí salió todo; todo, todo salió de ahí. Y luego, creo, por saber utilizar el arte narrativo para poder ordenar todo eso. No te digo más nada, se hace muy tarde. Pienso que una novela mía en particular puede interesarles; Mítico Sur se titula, y la escribí entre el 2001 y el 2002, tiempos escabrosos, por cierto. Un abrazo grande, seguí así, por lo menos conocés lo que piensa uno de tus lectores dominicales. Adieu.
Esteban Costa
P.D. Incluso puedo darte el manuscrito de esta carta, que fue escrita a mano, porque suelo hacer eso, regalar los manuscritos de las cartas, aunque el de Jorge Herralde volvió con el paquete…
P.D. II. Esperaré pacientemente una respuesta, aunque sea breve o negativa, o breve y negativa; aguanto y resisto igual, y si es positiva, desbordaré de alegría por la esperada realización.
Mi amigo Reichel es sólo un pretexto para permitirme hablar acerca del mundo, el mundo del arte y el mundo de los hombres, y de la confusión y eterna incomprensión que existe entre ambos. Cuando hablo de Reichel me refiero a cualesquiera de los buenos artistas que se sienten solos, ignorados, subestimados. A los Reichel de este mundo los están matando como a moscas. Siempre será así; el castigo por ser diferente, por ser artista, es cruel.
Nada cambiará este estado de cosas. Si se lee cuidadosamente la historia de nuestra grande y gloriosa civilización, si se lee la biografía de los grandes, se verá que siempre ha sido así; y si se lee con mayor detención aún, se advierte que estos hombres excepcionales han explicado por qué debe ser así, aun cuando, con frecuencia, se lamentan con amargura de su suerte.
Todo artista es un ser humano, ya sea pintor, escritor o músico, y nunca es más humano que cuando trata de justificarse a sí mismo como artista. Como ser humano, Reichel casi me trae lágrimas a los ojos. No solamente porque no ha sido reconocido –mientras miles de hombres inferiores a él están regodeándose en la fama—, sino en primer lugar, porque cuando se entra en su habitación en el hotel barato donde realiza su obra, la santidad del lugar conmueve profundamente (…) Este hombre tenía que hacer estas cosas o morir. Este es un hombre desesperado, y al mismo tiempo lleno de amor. Está tratando desesperadamente de abrazar el mundo con este amor que nadie aprecia. Y encontrándose solo, siempre solo y desconocido, está lleno de sombría tristeza.
Del relato titulado El ojo cosmológico del libro Max y los fagocitos blancos –Santiago Rueda Editor, 1967— de Henry Miller.
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Anoté algunas cosas que leí sobre Interzona en una especie de carta de presentación de la editorial:
Su estilo es moderno, innovador, crítico (…) Interzona publica literatura y ensayo contemporáneo. Esto es: escrituras arriesgadas, actuales (…) En su catálogo conviven autores jóvenes y consagrados; narradores, poetas y ensayistas; escritores argentinos y extranjeros. Interzona es una editorial desprejuiciada, intelectual y lúdica. Creemos que la heterogeneidad es un buen modo de definir el presente (…) IZ Latinoamericana: Con más de cuarenta títulos editados, la colección ocupa un lugar de referencia en la publicación de narrativa y poesía latinoamericana.
Si elegí estas oraciones es porque sentí identificación, en algún nivel, con ellas. Creo que yo mismo soy innovador y crítico, aunque no sé si moderno –en mi forma de vestir seguro que no—. Escribo cosas arriesgadas y actuales; tan arriesgadas e íntimas que hasta me da un poco de miedo darlas a conocer. Soy narrador, soy poeta y también ensayista, aunque no escribí ni un solo libro que sea del género ensayo. Quiero decir, intercalo ensayos breves en todos lados, casi siempre en las novelas. Intento ser novelista. Dejé de escribir poemas, pero ya escribí más de doscientos, creo. También creo que soy desprejuiciado, intelectual y lúdico, es decir, me gusta el juego en la literatura, ya sea con el lenguaje o hasta con inusitados vuelos de la imaginación… (Vio, soy poeta…). Se supone que soy un intelectual, por lo menos el más intelectual de todos mis amigos del barrio y de las andanzas barriales –para nada intelectuales—. Y mis libros son bastante heterogéneos –aunque en el fondo o al final, viendo toda la estructura, pueden terminar siendo homogéneos, unidos, compactos, de un mismo tono y tonalidad—. Pueden ser heterogéneos porque hablo de muchas cosas o compongo el libro con diversos materiales, hasta con cartas de amigos y amigas, o escritos de amigos y amigas, aunque ellos a veces no lo saben. Y la colección que elegí sería ésa, IZ Latinoamericana, porque es la colección en donde se publica la narrativa, y yo narro y soy narrador; ya lo verá y ya lo leerá, si le interesa y tiene ganas. No soy del ambiente literario ni me interesa serlo, en todo caso, estoy más de su lado –el equipo del suplemento de Cultura— que del lado de Ñ o Adn. ¿Se entiende? Ustedes vendrían a ser los más polémicos, los que critican y se animan a criticar si les parece necesario hacerlo. El otro día lo de Andrés Neuman en Ñ me pareció bueno, lo del Señor Mercado, seguro que usted lo leyó. Pero Neuman y Garcés viven afuera del país, entonces, ¿me tendré que ir del país para que me publiquen una nota? Y como ellos viven afuera y muy bien, ganando euros y también los pesos argentinos que les deben llegar en cheques, no hablan de temas sociales, su literatura no es para nada comprometida, sólo está comprometida con el Señor Mercado, aunque se hagan los rebeldes… Garcés, en PERFIL, dice que le gusta el comienzo de Trópico de Cáncer de Henry Miller. ¿Y qué tiene que ver Henry Miller con Garcés, que usa elegantes sacos y toma café en París, leyendo la prensa argentina a la distancia, y escribiendo estupideces en la revista Ñ…? Aunque prefiero leer un artículo de Garcés a tener que leer algo de Marcelo Birmajer o de Pablo De Santis. Disculpe, Tabarovsky, que le hable de este modo, pero usted sabrá entender. Si usted no logra entenderme, entonces yo estoy perdido y no cosecharé ningún amigo en ningún cobijo del ambiente literario local. El ambiente en el cual usted se desenvuelve sí me parece digno y respetable. Respeto mucho a Juan José Sebreli, que siempre lo veo hablando en el programa de televisión Los siete locos de Cristina Mucci… Y se pone a hablar y no para… Es un gran intelectual y hace un muy buen trabajo en el suplemento. Tengo diez libros y medio para ofrecerle, para que usted considere como Director Editorial de Interzona Editora. No le voy a hacer un gran envío por correo electrónico, eso no, sería un poco disparatado, pero sí le enviaré algunas cosas para que considere con seriedad y análisis mi escritura. No tengo problema en demostrar todo lo que digo. Tengo las cartas de Anagrama, tengo todas mis revistas, un libro en el cual participé como co-autor y que no pagué nada y me regalaron dieciséis ejemplares del mismo –Historias del Movimiento Anárquico Organizado de Agitación Surrealista, de Ediciones Ubik—. Podría conversar con usted en un café, o incluso tomando mate en mi casa; le puedo mostrar cualquier libro de todos los libros que escribí y hasta las montañas de hojas manuscritas de todos esos mismos libros. Eso existe y está. Que le guste mi literatura o no le guste, es otro tema. Que la parezca buena o mala o regular, es otra cuestión. Yo tengo los libros y usted tiene el discernimiento y el apoyo de una editorial detrás. Le enviaré en forma adjunta los mismos sesenta poemas que envié a Anagrama, y las prosas serán otras –les había enviado sesenta hojas A4 con márgenes chicos llenas de narrativa, de mi libro anterior al último, al de ahora que sigo escribiendo—. También leí por ahí que usted está por cumplir los cuarenta años; yo pensé, por su escritura, que era más joven. Yo tengo veintisiete años, aunque ya estoy más cerca de los veintiocho. Lo dejo, gracias por leer y escuchar, de algún modo –yo cuando escribo, digo, hablo, te cuento y les cuento—. Creo que no se me ocurre más nada para decirte –ahora te trato de vos, quizás sea mejor así—. También hace poco me respondió a un mensaje Juan Carlos Kreimer, pero luego no escribió más –el ambiente en donde se desenvuelve Kreimer también me interesa, en cuanto a lo local—. En mi blog personal hay dos o tres fotos mías, y no más porque me parecía muy egocéntrico, ¿no? Parezco de menos edad, eso es seguro, me lo dicen todos, pero tengo los años que tengo y fueron vividos bastante intensamente, creo, sino ¿de dónde salió todo lo que escribí? De ahí salió todo; todo, todo salió de ahí. Y luego, creo, por saber utilizar el arte narrativo para poder ordenar todo eso. No te digo más nada, se hace muy tarde. Pienso que una novela mía en particular puede interesarles; Mítico Sur se titula, y la escribí entre el 2001 y el 2002, tiempos escabrosos, por cierto. Un abrazo grande, seguí así, por lo menos conocés lo que piensa uno de tus lectores dominicales. Adieu.
Esteban Costa
P.D. Incluso puedo darte el manuscrito de esta carta, que fue escrita a mano, porque suelo hacer eso, regalar los manuscritos de las cartas, aunque el de Jorge Herralde volvió con el paquete…
P.D. II. Esperaré pacientemente una respuesta, aunque sea breve o negativa, o breve y negativa; aguanto y resisto igual, y si es positiva, desbordaré de alegría por la esperada realización.
Mi amigo Reichel es sólo un pretexto para permitirme hablar acerca del mundo, el mundo del arte y el mundo de los hombres, y de la confusión y eterna incomprensión que existe entre ambos. Cuando hablo de Reichel me refiero a cualesquiera de los buenos artistas que se sienten solos, ignorados, subestimados. A los Reichel de este mundo los están matando como a moscas. Siempre será así; el castigo por ser diferente, por ser artista, es cruel.
Nada cambiará este estado de cosas. Si se lee cuidadosamente la historia de nuestra grande y gloriosa civilización, si se lee la biografía de los grandes, se verá que siempre ha sido así; y si se lee con mayor detención aún, se advierte que estos hombres excepcionales han explicado por qué debe ser así, aun cuando, con frecuencia, se lamentan con amargura de su suerte.
Todo artista es un ser humano, ya sea pintor, escritor o músico, y nunca es más humano que cuando trata de justificarse a sí mismo como artista. Como ser humano, Reichel casi me trae lágrimas a los ojos. No solamente porque no ha sido reconocido –mientras miles de hombres inferiores a él están regodeándose en la fama—, sino en primer lugar, porque cuando se entra en su habitación en el hotel barato donde realiza su obra, la santidad del lugar conmueve profundamente (…) Este hombre tenía que hacer estas cosas o morir. Este es un hombre desesperado, y al mismo tiempo lleno de amor. Está tratando desesperadamente de abrazar el mundo con este amor que nadie aprecia. Y encontrándose solo, siempre solo y desconocido, está lleno de sombría tristeza.
Del relato titulado El ojo cosmológico del libro Max y los fagocitos blancos –Santiago Rueda Editor, 1967— de Henry Miller.
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