miércoles, 11 de julio de 2007

Fragmentos en prosa inéditos pertenecientes al libro titulado "La Mística del Destino" (2003), de Esteban Costa

NOTA INTRODUCTORIA

Miércoles 11 de julio de 2007
(Por la tarde)

Este libro que ahora presento en escasas partes, fue mi octavo libro escrito, y lo escribí entre los veintiún y los veintitrés años, desde fines del año 2001 hasta fines del año 2003, donde comencé el siguiente libro, que fue como una segunda parte a ese mismo libro que venía escribiendo hacía tanto tiempo. Creo que el género más adecuado para clasificar a este libro sería: novela autobiográfica experimental, y de hecho así la presento, para mí el libro es eso. Es una novela en cuanto que sigue el transcurso de la vida de varios personajes a través de todo el relato, de principio a fin. Es autobiográfica porque, en parte y en partes, se refiere a mi propia biografía de vida, o sea, la propia vida del autor, y es experimental porque es un libro que contiene también muchos poemas –algo inusual en el género novelístico- y escritos de otros géneros literarios, como ensayos, muchas cartas, comentarios sobre cine, crítica social, crítica literaria, historia, algo de sociología y, creo, bastante de ideología, pero todo eso siempre bordeando la vida de varios personajes jóvenes que van creciendo y avanzando, como pueden, en la vida.
El libro está estructurado en seis partes y un apéndice; estos fragmentos que escogí pertenecen a la sexta parte, y son los fragmentos finales –la sexta parte cuenta con ochenta y ocho fragmentos en total—. Nada más. Espero que les guste, o que por lo menos les resulte curioso y atractivo el material, qué sé yo… Adieu.

Esteban Costa


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56. ¿POR QUÉ EXTRAÑA RAZÓN lo superfluo domina la escena? Obstinarme se vuelve necesario. Levantar una bandera desde mi cobijo limpio y tranquilo también. Hoy me alivié llevando a cabo una nimia e insignificante acción. Mi madre me juntó algunas prendas viejas, ropa que le regalaron a ella en la casa donde trabaja. Yo junté algunas cosas más; unos pañuelos, una chomba blanca Lacoste nueva y sin usar, pero parecía esas chombas que usan los pulcros jugadores de tenis de las familias ricas, aristocráticas y de la peor calaña. No había manera de que me decidiera a usar esa chomba, no iba conmigo ni con mi estilo. Así que junté todo eso más algunos viejos calzoncillos poco usados y un pantalón gris deportivo y metí todo en una bolsa roja. Luego junté unos libros que ya no quería más y también los metí en la bolsa. Mi madre me había juntado la ropa con la intención de que yo la llevara a una Feria Americana que hay por acá cerca donde una vez me cambiaron la ropa que yo había llevado por unos cuantos libros usados y de buenos autores. Lo cierto es que decidí no cambiar la ropa sino regalarla a algún pobre necesitado que encontrara por allí. La influencia de Quoist comenzó a hacerse notar en mis acciones y actitudes. Leí en uno de sus libros que una buena manera de practicar el desapego a los bienes materiales es regalar bienes a alguien. Por lo tanto decidí regalar esos bienes aunque no fuesen muy valiosos. Agarré mi bicicleta, enganché la bolsa roja en la parte trasera y partí en busca de algún pobre. Supuse que no iba a ser difícil encontrar a alguno. Comencé a andar por los alrededores del barrio, fui hasta la plaza y como no vi a nadie pegué la vuelta hacia otro lado. En un momento pensé que quizás el hecho de que no encontrara a nadie significaba que algún libro interesante me estaba esperando en la Feria Americana de la Avenida Nazca cruzando las vías del tren. Después pensé que esa idea era un autoengaño que yo me estaba haciendo para no regalar la ropa y llevarme algunos libros a mi cobijo; así que retomé más obstinadamente la búsqueda de algún pobre. Por un momento usé mi intuición y me dirigí rápidamente y decidido a la plaza que está ubicada en la estación de trenes de Villa Pueyrredón. Allí tendría que haber pobres porque siempre hubo pobres revoloteando y ordenando sus paquetes y sus bagatelas. Y los encontré. Ahora parece que les cedieron un terreno para que hagan la clasificación de residuos, para que separen la basura utilizable o vendible de la basura inutilizable e invendible, o sea, los cartones, papeles y vidrios por un lado, y demás residuos por otro respectivamente. Le entregué la bolsa a un viejo sucio, flaco y desgarbado que tenía una gorra roja. Me miró y me dijo: gracias. Me subí a la bicicleta y me fui. Me seguía sintiendo un inútil. Pensaba en toda esa gente pobre y analfabeta y sucia y sin esperanzas. Comencé a pensar en armar algo allí. En enseñarles a leer y escribir, en armar una pequeña biblioteca. Y después pensé qué sentido tendría todo eso si ellos lo único que quieren es ganar algo de dinero para poder comer y vestirse y vivir. Eso es algo que yo no puedo enseñarles, ya que en mi propia vida yo no sé cómo demonios ganar dinero. ¿O soy un cobarde? Yo sé que por más que aprendan a leer y escribir continuarán siendo excluidos del sistema. Están fuera del juego y lo están también las generaciones de niños que ellos engendran incansable e imparablemente. Miles y miles de pobres analfabetos. Villas de emergencia por doquier. Drogadicción, violencia, crimen y delito. Y los ricos vacíos de espíritu, y yo, sin dinero y sin riqueza de espíritu. Sin diversión y sin amor. Lo único que tengo es mi terca obstinación de levantar una bandera desde mi cobijo limpio y tranquilo.

La psicoterapia de una cultura es una Revolución Cultural. Luis Racionero

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57. ESTOY TOTALMENTE CONVENCIDO de que se abrió una inmensa brecha entre mi pensamiento y mi escritura. Necesitaría la paciencia del artesano para dejar rastro de todo lo que pienso. Hace tiempo que no escribo un extenso y fluido tramo en prosa. Bulle el activo mundo a lo lejos. Perros inciertos ladran en la soleada y fresca tarde de agosto. Abuelas y madres viven su anónima e inanimada historia. Los trabajadores viajan atestados en los colectivos que andan sin descanso por las avenidas tapadas por el humo gris de todos los días. Los jóvenes vacíos ríen en sus tardes vacías con risas vacías, sin historias, sin anécdotas. Van a los colegios, juegan al metegol en la esquina y se cargan, hacen bromas… En el futuro serán los trabajadores que viajan en los colectivos. Algunos serán abogados que defenderán a los hombres más corruptos, otros diseñarán grandes y complejas maquinarias industriales para crear más artefactos, y esas máquinas que ellos inventarán y diseñarán expulsarán incesante e imparablemente tóxicos irrespirables, y esos tóxicos taparán y contaminarán el aire de los barrios industriales donde viven los pobres más pobres las vidas más pobres y desdichadas. Leí en algún lado hace algún tiempo que hubo un dictador en Rumania [Nota al pie: El verdadero nombre del dictador es Nicolae Ceausescu, que fue líder de Rumania durante veinticuatro años] que estaba empecinado en instalar la industria pesada en su país, y lo hizo, y nunca más olvidaré una fotografía en donde se ve a un anciano pastor con sus ovejas cubiertas todas de un polvo negro tóxico. El dictador cumplió su funesto sueño de convertir un país naturalmente agrícola en un país industrializado, pero las ovejas naturalmente blancas pasaron a ser negras… ¡Y hay tanta tierra libre y despoblada Dios mío! Y aquí todos juntos y apretados y respirando todos los días aire contaminado con sustancias tóxicas que dañan la salud de las personas. La distribución de la población en este gran país es inentendible. Si pudiéramos observar este fenómeno desde la altura indicada quedaríamos estupefactos. Es como si un ser humano viera con sus ojos un jardín de un patio común de una casa común considerablemente grande, y viera justamente en el centro un pequeño círculo con millones de hormigas caminando una sobre la otra. Ciertamente el ser humano no entendería porqué esas hormigas están todas en ese círculo pudiendo estar más cómodas y aireadas en otros sectores del jardín. Evidentemente existen explicaciones de índole socioeconómica para entender el fenómeno de la distribución de la población en Argentina y en otros países con problemas similares, pero esas cuestiones se las dejo a los sociólogos. Hasta aquí estas consideraciones.

El artista reacciona ante su época con más susceptibilidad que la mayoría de la gente. Tal susceptibilidad es una carga para él, pero también su medio de producción. Sólo la exposición de sus causas le permite sobrevivir psíquica y materialmente. Cuanto más exactamente, de modo más complejo y sugestivo logre transmitir esta realidad, mayor será el número de personas que se reconozca a sí misma en sus figuras, que halle expresados unos impulsos propios, antes no descubiertos y ahora a disposición de la conciencia. Volker Michels

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58. ES UNA FRÍA MAÑANA DE AGOSTO. Es un lluvioso amanecer con ventiscas esporádicas que emiten sonidos. Son los sonidos naturales de la Tierra. Estoy despierto para burlar al tiempo, a la realidad, a las obligaciones, a los horarios establecidos, a las costumbres, a las tradiciones y para reírme muy burlón ante aquellos que se escandalizan por mis alocados horarios. O como mi madre dice: ¡Otra vez agarraste ese ritmo de locos…! Sí, lo agarré y lo metí dentro de mi cuerpo y dentro de mi cerebro, y ese ritmo se hizo uno junto a mi pasión. Cuarto cigarrillo encendido desde mi repentino desvelo. Reposa, ese cigarrillo, en un humilde y hermoso cenicero de madera forrado con masilla para artesanos y decorado con pequeñas mostacillas de colores. Es una de las pocas artesanías que guardo de mi producción. Me quedan todavía tres espejos. Uno lo utilizo yo mismo, y los otros dos restantes están guardados en una caja marrón de zapatos esperando la oportunidad de ser regalados a alguien. Hoy mismo, por la tarde, me encontraré con mi amigo Sebastián en la Biblioteca del Congreso de la Nación. Allí mismo, desde el jueves 14 de agosto, es decir, el jueves pasado, están expuestas en un panel de madera pegado a la pared mis revistas literarias y subterráneas. He dejado para la exposición cinco ejemplares de cinco números de la vieja y artesanal Trascender y cinco ejemplares de los únicos cinco números editados de la pequeña y más reciente Aquí y Ahora. Hoy es el último día de la exposición. Participaron entre veinte y treinta publicaciones alternativas. Nada extraordinario. Poco vigor, poca originalidad y poco compromiso. En el acto de inauguración de la muestra o de la exposición estuvieron presentes el vicepresidente de la nación –y se reirían mis lectores posibles si supiesen qué clase de hombre es éste al que me refiero— y varios diputados nacionales. También estuvieron los músicos del ejército; no recuero a qué fuerza pertenecían exactamente. Era un cuarteto integrado por saxofonistas y trompetistas muy elegantemente vestidos. Eran joviales, alegres y educados. Allí estaba yo, en medio de toda esa algarabía. Había periodistas de televisión y radio, camarógrafos y decenas de personas adineradas vestidas con trajes y corbatas. Yo no entendía muy bien la escena. Veía el panel pegado a la pared con mis revistas y un collage en el centro, y luego, mirando levemente hacia el otro lado veía a los diputados, al vicepresidente, a los periodistas, a los músicos del ejército y a todos los adinerados de la sala. Los editores de las revistas alternativas no aparecieron. Había solamente cuatro o cinco. El resto había ido un día antes para armar los paneles y no aparecieron más. Desde aquel día jueves hasta hoy viernes hubo una serie de conferencias de temáticas que no me interesaron y por ese motivo no concurrí a ninguna de ellas. Simplemente iré hoy por la tarde a encontrarme con mi amigo de la infancia y a reírme con él por el hecho de que el joven y loco Klodi haya llegado con sus revistas independientes a la Biblioteca del Congreso de la Nación. Tomaremos algunas fotografías para retratar la ocasión. Para mí, este hecho, es como la finalización de un ciclo, de una etapa. Un decir: Con esto llegué hasta aquí. Edité, en total, trece números entre las dos revistas, y el futuro se me presenta incierto. Es más, no me interesa demasiado, simplemente deseo pasar una buena tarde con mi amigo y ver si puedo persuadir a algún editor de revistas o periódicos para que me publique algún escrito. Eso sí me preocupa, el dinero para vivir. El resto son problemas eternos y existenciales.

El arte es un mullido lecho para los que nos sentimos vagos de profesión. Cuando uno comprende esta verdad, se proclama a sí mismo solemnemente artista, escritor o pintor, músico o poeta. Luego, los demás, empezando por la familia y por los amigos, no aceptan casi nunca esta solemne proclamación individual que les parece subterfugio, un buen pretexto para no trabajar. Pasado el tiempo, si el vago por casualidad resulta un artista estimable, la vagancia no se toma en cuenta, es, en algunos casos, una belleza más, un gracioso lunar: en cambio, si el supuesto artista no produce nada que valga la pena, entonces su vagancia se pone al descubierto y se convierte ante los ojos de sus conocidos en algo criminal, desagradable y repelente. En esto, como en todo, el éxito establece la ley. Pío Baroja

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59. SI BIEN TIENDO A RECLUIRME y a bajar el nivel de mis delirios con el cristianismo y un poco de lectura de algunas páginas del Nuevo Testamento, mi pasión oculta y profunda es por los personajes de las historias reales de la literatura mundial, y no digo universal porque quizás existan literaturas extraterrestres… Quiero decir que por más que me tranquilice al leer el Nuevo Testamento y vuelva a adoptar momentáneamente una postura de espera –espera de la segunda venida del Señor Jesucristo, espera de la muerte y el Día del Juicio, espera apacible del futuro— siempre me tienta saber más sobre los sucesos acaecidos en los períodos intensos e interesantes de la historia de la literatura. El día de ayer fui a visitar a mi amigo Gustavo a su salón. Conversamos amena y ampliamente sobre temas diversos, y en un momento dado le comenté que estaba viviendo más en otras épocas y lugares que en esta época y en este lugar en que me toca vivir. Le hice algunos comentarios sobre la Generación Perdida, sobre Gertrude Stein y Alice B. Toklas, sobre la Rue Fleurus, sobre Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald y toda esa magnífica época. Al instante me comentó que una mujer con la cual él había tenido y mantenido una historia amorosa intensa e interesante había escrito un libro relacionado con aquella época y aquellos personajes. Se levantó rápidamente de su silla, se dirigió hacia una de las habitaciones y escuché, desde mi silla y mi lugar, algunos ruidos. Supuse que estaría buscando el libro y mi suposición fue correcta y acertada. Volvió contento con el extraño ejemplar en sus manos. Un libro anaranjado no muy ancho pero sí alto, con una portada realmente original. Ahora lo tengo aquí a mi lado en mi escritorio. La tapa consiste en una impresión de letras manuscritas cursivas en forma circular, de tanto en tanto resaltan algunas palabras escritas en imprenta mayúscula, como por ejemplo –empezando desde la parte inferior de la portada del libro—: EL PORVENIR DEL SOCIALISMO / LUZ DE EUROPA / MASSACHUSSETTS / MUNDO / LA FUERZA y JOYLISES, que supongo vendría a ser una palabra proveniente de la unión del apellido Joyce con el título del libro Ulises de James Joyce. En la parte inferior izquierda de la misma portada hay como una pequeña ventana rectangular en forma vertical donde puede verse el rostro de una mujer flaca, de nariz larga y puntiaguda, con el pelo negro y corte carré, o sea, con el pelo hasta la altura de la nuca. Tiene los ojos bien abiertos y largas pestañas. Si abrimos la tapa del libro podemos ver el resto del dibujo que está impreso sobre la primera página del libro. Allí vemos el cuadro completo. La mujer está sentada sobre una silla y está acodada sobre una mesa. Sostiene entre sus labios un cigarrillo y su mirada está definitivamente perdida en la nada. Sobre la mesa hay una copa a medio llenar –podemos suponer que contiene vino tinto— y alrededor de ella –la mujer— hay personas sentadas algunas y paradas otras. Hay mujeres y hay hombres de saco y sombrero conversando al lado de la barra del bar. El dibujo es realmente expresivo aunque no es detallista en su estilo, sino que recuerda el trazado apurado y rápido de los cuadros fauvistas de Matisse. Pero lo importante aquí no es el dibujo sino el libro que se titula El affair Skeffington. Su autora se llama Cristina Forero, aunque ella prefiere llamarse María Moreno. Esta señora fue y es la misma que Gustavo conoció hace varios años cuando ambos trabajaban en el diario Tiempo Argentino. La verdad es que ella es una buena y original escritora, y el libro es un buen y original libro…, y yo soy un mezquino en mis elogios y poco original a la hora de elegir las palabras para elogiar a ambas cosas; a ella y al libro… Y ahora llamé cosa a ella y no continúo porque todo empeorará, aunque creo que ella entendería estos pequeños inconvenientes si me conociera un poco a través de mis palabras. Y no hay manera ni modo de que no me aburra cuando intento elaborar un escrito más explícito, es decir, nombrando ciertas cosas que normalmente no nombro. Sé que este hecho, el de no ser demasiado explícito ni descriptivo juega en mi contra; lo sé y lo lamento. Envidio sanamente a María Moreno en cuanto que ella posee una extraordinaria paciencia a la hora de elaborar sus referencias y sus notas al pie de página. Estas referencias y notas no son vanas, como ocurre muchas veces, sino que son informativas y hasta humorísticas. A su vez, ayudan a sustentar el contexto en donde se desarrolla la historia, el París de los expatriados o exiliados norteamericanos o estadounidenses, más precisamente. Sin las notas continuas y abundantes, el libro carecería del sustento intelectual necesario para tratar temas históricos reales, aunque estoy casi seguro de que muchos de los personajes de la historia que ella elabora son ficticios y ficticias son las notas que a ellos se refieren. La autora posee agudeza intelectual, habilidad narrativa y descriptiva, sobre todo. Sus observaciones son muy inteligentes y el libro demuestra que ella ha estudiado mucho y muy atentamente ese particular período histórico. La verdad es que estoy sorprendido con este libro y espero poder conocer a su autora, y espero también que mi intento no resulte frustrado como me pasó con la señorita Bárbara Belloc, aunque sé que no profundicé mi búsqueda del paradero de esa bella poetisa argentina. Qué bueno sería si María Moreno se dedicara a elaborar las notas al pie de página de algunos de mis libros (¡y qué exuberante y hasta cierto punto pedante suena que diga: algunos de mis libros!). Me conformaría con que elaborara las notas de este último que ahora continúo escribiendo, aunque también me tienta el desafío de elaborarlas yo mismo, enfrentar esa tarea, meditar, tranquilizarme y ser conciso y preciso en cada nota, desarrollar esa faceta que requiere de erudición, pero más que nada de paciencia. María Moreno debe corregir sus textos como una periodista profesional; estoy convencido. Escribir este libro que tengo aquí a mi lado le habrá consumido unos cuantos días y le habrá provocado unos cuantos dolores de cabeza. Cómo encaró la estructuración de su libro es algo admirable, en ella hay algo que no hay en mí; profesionalidad. Es una escritora profesional… (Y después de tantos elogios es justo que me permita ser un tanto irónico). Bueno, todo esto resultó ser la introducción a un escrito que nunca existirá, pues nunca tendré esa paciencia bendita. Quizás algún día comente el tema del libro. O brevemente y ahora mismo; trata sobre la vida y la obra de la poetisa estadounidense Dolly Skeffington. Si existió en realidad o no habrá que preguntárselo a María Moreno.

Desde los días de Rousseau ha sido frecuente que la mayoría de las grandes autobiografías ofendieran a sus contemporáneos. Esto es comprensible, porque decir la verdad, la descarnada verdad de uno mismo y sus alrededores ha sido la meta de los grandes escritores. Y la verdad sin disfraces es siempre desagradable. Peter P. Rodhe

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60. QUISE CORREGIR Y REVISAR algunos de mis escritos. Vano intento. Desperdicio de tiempo. Acumulación de sustancias para acumular más tedio. Odio leer mis escritos de índole tediosa. Odio y detesto leer mis cantos al hastío. Lo único que hice fue abandonar todo y recostarme en mi cama pensando en Bárbara Belloc. Su nombre me excita; es armonioso, novelesco y literario. Le quise escribir una carta a Germán, pero el hecho de pensar si la incluiría o no en este libro me inmovilizó, me paralizó. Todos estos dilemas logran que me sienta mal, pésimamente mal. También estoy obsesionado con la idea de conocer a María Moreno. Ir a verla y darle algunos de mis escritos. Nada más. Pensé páginas enteras recostado en mi cama. Cartas para Germán y mensajes extraños para María Moreno. Ni siquiera sé cómo es. Quizás no le interesen ni un poquito los delirios de un extraño joven que escribe lo que puede y cómo puede. Yo no soy de esos ambientes literarios ya oficializados. No sé. Ahora todo me genera dudas y confusiones. Y me voy a ir a recostar y mejor me voy a quedar con la imagen de mi hermana Manuela escuchándome leerle un texto ameno de Lin Yutang sobre El culto a la vida ociosa en el parque Las Heras sobre el verde pasto. Hoy fui actor de mis vivencias. Me reí con gusto y sentí en mi piel el fresco viento de la realidad.

El único medio para soportar la existencia es aturdirse en la literatura como en una orgía perpetua. El vino del arte causa una larga embriaguez y es inagotable… Gustave Flaubert

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62. EN LA MÚSICA Y EN EL CANTO hay esplendor. Cuando la humanidad inherente a los humanos es llevada al extremo hay esplendor. Cuando aflora y florece el puro sentimiento humano hay esplendor. Y el esplendor es lo que me importa. En la liberación hay esplendor. La tensión y el ahogamiento no pueden llevar al esplendor. Para liberarse hay que distenderse, y para distendernos es necesario creer que vamos a lograr lo que deseamos lograr. Si tenemos y poseemos esa seguridad, esa tranquilidad con respecto al futuro, podemos distendernos y soltarnos. La seguridad de poder crear todo lo que queramos crear. Cuadros, libros, fotografías, collages, revistas, museos, fundaciones, lo que sea. El esplendor es necesario; hay que ir tras él. ¿De qué sirve existir si no estallamos? El esplendor es estallido. Estallido de emociones de alto vuelo, estremecimientos fisiológicos, alegría extrema que baja el cielo a la tierra. Escucha música y siéntelo, observa reír a los jóvenes y siéntelo, mira a través de los brillantes ojos de los niños y percíbelo, contempla un amanecer o un atardecer y deja que el aire atraviese tu ser entero, que el viento esclarezca tu visión. Ama, ama a todo. Desborda. Rebasa. Que salga energía de tu cabeza y que inundes el ambiente haciendo que la luz sea más lucífera, que la transparencia sea posesión de todos y de cada uno. Que cada uno ame. Elevémonos, glorifiquemos… No hay palabras que puedan estremecernos de grandeza, la grandeza hay que sentirla, hay que experimentarla, vivenciarla. Como sea que cada uno la experimente, pero hay que experimentar la grandeza; es un deber supremo. Hay que llorar y cerrar fuertemente los ojos si es necesario, derramar lágrimas de éxtasis, esas que son producto de una conjunción perfecta entre sufrimiento y placer, entre gozo e impotencia. El sólo hecho de llegar hasta allí en la búsqueda de la grandeza y el esplendor humano ya nos hace dignos de merecerlos. Quedarás vacío en la búsqueda, pero habrá valido la pena. Supongo que más allá de eso no se puede llegar. ¿Qué más hay? Sentir todo, vivirlo todo. No hay más nada. Todo se resume en la disponibilidad de la sensibilidad. Es el filtro por el cual atraviesa la experiencia. Si tu sensibilidad está disponible y abierta, eres rico. Todos los matices son tuyos. Extraes eternidad de simples momentos. Goza del esplendor escuchando la música y el canto. Y halla grandeza en ser extremadamente humano.

No me basta con leer que las arenas de las playas son suaves; quiero que mis pies desnudos lo sientan. André Gide

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63. HESSE SOÑÓ E IDEÓ la provincia pedagógica de Castalia. Esbozó y planificó las bases teóricas del Juego de Abalorios. Ambas cosas son realmente maravillosas y excepcionales. Mi realidad se encuentra a miles de kilómetros de distancia de Castalia, pero en mi cobijo reinan y predominan los ideales castalios. Yo me meto en el juego, estoy en el juego y continúo jugando. No cuento con un Magister Musicae que me aconseje ni me guíe en mis pasos futuros. Hesse mismo es el Magister Musicae y también el Magister Ludi. Nosotros apenas estamos en la etapa de la escuela de selección. O quizás ya fuimos derivados a alguna escuela especial; si fuera por mí, yo iría a Waldzell. El juego de abalorios, para mí, es como un gran collage. En un collage abundan las asociaciones y las analogías; armar un collage es como preparar una partida del juego de abalorios. Mis estudios libres los dediqué y aún los dedico a armar mi propia historia, mi propia obra literaria. Y así como los anónimos estudiantes de Waldzell podían dedicar su vida entera a elaborar, preparar y escribir una Historia del laúd desde el siglo XV al XVII, para dar un burdo ejemplo, yo me dedico a elaborar algo así como una Historia de la juventud argentina nacida durante el período de la catástrofe [Nota al pie: Tiempo después de haber escrito esas palabras, me encuentro con un extenso artículo publicado en una popular revista dominical de gran tirada titulado Futuro imperfecto, referido a las jóvenes que no estudian ni trabajan. En el artículo abundan los datos estadísticos, pero sólo quisiera señalar algunas palabras de algunos profesionales que escriben en el artículo; por ejemplo, la señora Susana Torrado, socióloga experta en demografía, opina: Si los jóvenes están mal es porque sus padres están mal. Y una gran parte de los chicos que nacieron entre 1975 y 1985 son los que peor la pasaron porque se socializaron en lugares de exclusión. Es una generación de difícil reinserción que en el futuro seguramente ocasionará diferentes formas de conflictividad social. Otro sociólogo opina: Es duro, pero hay que decirlo: hoy los chicos ni siquiera pueden aspirar a tener un nivel de vida como el que alcanzaron sus padres. Y la mayoría le teme al futuro. No saben si podrán conseguir un buen empleo, o un empleo a secas. No saben si podrán hacerse cargo del sostén de la familia que les toque formar, si podrán ser alguien. Son conscientes de las dificultades que viven sus propios padres, y saben que están ante la última posibilidad de orientar su biografía. El periodista principal del artículo se pregunta: ¿Será el miedo a ahogarse el que los hace quedarse tan quietos? Finalmente el extenso artículo termina con unas reflexiones inteligentes y optimistas de un filósofo apellidado Rozitchner que vale la pena recalcar: Para que la vida tenga sentido hay que dar la batalla por el propio deseo. Sumergirse en una visión de imposibilidad, es reproducir el mal. Hay que pelear por la felicidad propia. El que no es protagonista de su vida, no logra nada (…) Hay un remedio: curarse de la absurda creencia de que la vida puede no tener dificultades (…) Esa moral de derechos, tan ignorante de la realidad, debe ser reemplazada por una moral del entusiasmo y la acción.]. Claro que no elaboro esa historia como lo haría un historiador común y corriente, sino que esa historia se desprende de mi extensa autobiografía. Y como yo mismo nací y viví inmerso en la catástrofe no se puede pretender demasiado. Sería como pretender que un cronista que se encuentra en medio de un naufragio reparara en el estilo y en la estructura de su crónica. El pobre náufrago cronista hará lo que pueda, pues el barco en el cual iba a bordo se está hundiendo rápidamente. Eso se llama entender el contexto en el cual surge una obra literaria. Influirá también el hecho aparentemente insignificante de si en el barco hay algún lugar cómodo para escribir o no lo hay, si el cronista viaja en verano o en invierno o en otoño o en primavera, si padece alguna enfermedad o si está sano, etcétera. Hay que tener todo en cuenta, y principalmente el hecho de si el cronista tenía solucionado el problema de su sustento alimenticio o alimentario; si tenía vivienda o no la tenía, si pagaba alquiler o era propietario. Todo esto influye en el estado anímico y emotivo del supuesto cronista. Debemos considerar también la formación intelectual del cronista. Si cursó estudios en alguna institución académica o si no los cursó, si tuvo guías o maestros o si fue autodidacta; si tenía libros a su disposición o si no los tenía. La influencia del contexto, del entorno, del período histórico por el cual atraviesa la nación en la cual el cronista o el escritor habitan, es innegable. No podemos entender y abarcar adecuadamente su obra si desconocemos todo eso. Si nos gusta o no lo que escribe el cronista o el escritor es otro asunto. No hay contexto que justifique a un mal escritor. Hacía días que no escribía. He asimilado demasiada información durante estos días. Exteriorizar todo lo que experimento dentro de mí es una labor realmente extenuante. Iré de a poco; volcaré en el papel algunas conclusiones hoy mismo, y de hecho ya hice algunos comentarios que consideré esenciales. En los días venideros continuaré expulsando y exteriorizando todo el bagaje intelectual que ofusca mi claridad, que me genera cierta pesadez, cierta presión sobre mis sienes, que proyecta una constante niebla en mi vista. A la escritora María Moreno le llevé un paquete literario que contenía una carta destinada a ella, unos cuantos escritos míos, algunos poemas también míos y le envié en el mismo paquete –que consistía en un sobre grande de papel madera— algunas fotocopias de imágenes relacionadas con la Generación Perdida, y otras, simplemente, eran retratos de escritoras famosas como Virginia Woolf y Katherine Mansfield. Había una fotografía tomada en la famosa librería Shakespeare and Company donde podía verse, y aún se puede si se consigue una copia, a Sylvia Beach junto a James Joyce sentados alrededor de una mesa repleta de papeles y portasellos repletos de sellos. Todavía no tuve noticias de María Moreno. Le entregué el sobre personalmente en la puerta del aula número dos del Colegio La Salle ubicado en la calle Riobamba en la Capital Federal. Ese día me dirigí un tanto nervioso y ansioso al Centro Cultural Ricardo Rojas. Allí me informaron que el taller que dictaba la escritora María Moreno no se estaba dando ahí sino en el Colegio La Salle, y me fui para allí rápidamente pues sólo había una distancia de seis o siete cuadras de un lugar a otro. Pues entonces le entregué el sobre personalmente. Tenía un peso considerable. Adentro había unas quince hojas tamaño carta más las fotocopias con las imágenes más algunos ejemplares de mi revista. He aquí la carta que le entregué adjunta a todo el curioso paquete literario:
[Aquí el libro continúa con la carta a María Moreno, que está publicada en la sección de la etiqueta titulada Cartas y mensajes de este mismo blog.]