viernes, 6 de julio de 2007

Frases seleccionadas del prólogo al libro "La Religión y el Rebelde", de Colin Wilson, un joven iracundo...

No me parecía un paso atrevido definir al Marginal como el síntoma de una civilización en decadencia: los Marginales aparecen como erupciones de una civilización moribunda. Un individuo tiende a ser lo que su contorno hace de él. Si una civilización está espiritualmente enferma, el individuo sufre la misma enfermedad. Si tiene la salud suficiente como para combatir, se convierte en Marginal.

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En mi caso, la pregunta fundamental que existe detrás de Marginal es: ¿cómo puede el hombre ampliar su esfera de conciencia? Pienso que los seres humanos usufructúan una parte de conciencia tan angosta como las tres notas centrales del teclado de un piano. Que el área posible de los estados mentales es tan ancha como el teclado entero, y que el objetivo fundamental y el trabajo del hombre consisten en extender esa esfera de tres notas a todo el resto. Los hombres a que me referí en El Marginal tenían en común: un conocimiento instintivo de que su esfera podía ser ampliada, y una persistente insatisfacción del ámbito de sus experiencias cotidianas.
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La mayoría de las personas que conozco, viven ejemplarmente así: trabajando, viajando, comiendo, bebiendo y conversando. El ámbito de la actividad diaria en la civilización moderna levanta un muro alrededor del estado ordinario de conciencia y hace casi imposible mirar más allá. Tal cosa es provocada por las condiciones en que vivimos. Es lo que ocurre en una civilización que siempre hace ruido como una dínamo, y que no proporciona ocio para la paz ni la contemplación. Los hombres comienzan a perder la intuición de modos desconocidos de ser, esa capacidad de construir que los llevaría a ser algo más que cerdos altamente eficientes. La pérdida de esa capacidad produce un horror contra el que el Marginal se rebela.

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Una tarde estaba pegando sobres con una esponjita húmeda, cuando un joven que parecía cómodo desempeñándose como mandadero comentó: Destruye el alma, ¿no es así? Una frase de lugares comunes, pero nunca la había oído antes, y la repetí como una revelación. No destrucción del alma, sino destrucción de la vida; la fuerza vital frenada produce un olor como el agua estancada, y el ser entero se emponzoña.
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El aburrimiento, sabía, quería decir no tener lo suficiente que hacer con las propias energías vitales. La respuesta a esto, sencillamente, reside en extender el radio de la conciencia, poner en circulación las emociones y hacer trabajar la inteligencia, hasta que nuevas áreas de conciencia sean incorporadas a la vida, así como la sangre que empieza a circular nuevamente por una pierna que ha estado entumecida. Eso era apenas el punto de partida. Disponer del ocio no es suficiente, el ocio es sólo un concepto negativo: el ancho y despejado terreno donde uno puede edificar casas decentes después de hacer quitado los conventillos. El problema siguiente es empezar a construir.
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Cuanto más se combate, mayor caudal de vida es posible. Por eso, para mí, el problema de vivir se resolvía en la cuestión de elegir obstáculos que estimularan mi voluntad. Instantáneamente, reconocí que nuestra civilización va en sentido contrario: toda nuestra cultura y nuestra ciencia están apuntadas a capacitarnos para realizar la menor voluntad posible. Todo se hace fácil y si, después de una semana de rutina oficinesca y de viajar en ómnibus, aún sentimos la necesidad de aplicar un exceso de energía, siempre podemos entretenernos con esos juegos asociados a obstáculos artificiales, donde la voluntad se aplica para derrotar a un equipo de jugadores de cricket, o fútbol, o simplemente a luchar contra la imaginaria Esfinge que inserta las palabras cruzadas en el diario.
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Cuando decía que Platón, Goethe y Shaw fueron existencialistas, implicaba que los tres fueron pensadores para los que pensamiento y vida son inseparables. El otro hombre para el cual pensamiento y vida resultan inseparables es el artista; su arte es el resultado del impacto de la vida en su sensibilidad.

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Resumiendo, el existencialista es el artista filósofo, y su medio natural es la Bildungsroman –novela educativa—; la novela o la obra que se refiere a la maduración de su personaje central a través del impacto de su experiencia. Ejemplos de esto: Wilhelm Meister de Goethe, Los hermanos Karamazov de Dostoievski, El proceso de Richard Feverel de Meredith, La montaña mágica de Mann, Demian de Hesse, Los caminos de la libertad de Sartre, Adiós a las armas de Hemingway, El retrato de Joyce, Inmadurez de Shaw. He citado aquí juntas las mayores y las menores para enfatizar la anchura de esta rama. Déjenme terminar dogmatizando: en el siglo XX, la única forma seria del arte literario es la Bildungsroman.
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Imaginación es el poder captar, sin esto el hombre sería un imbécil, sin memoria, sin premeditaciones, sin capacidad de interpretar lo que ve y siente. Cuanto mayor es el poder de captar, más alta es la forma de vida; y en el hombre, el captar se transforma en una facultad consciente, que puede ser denominada imaginación. Si la vida es avanzar hacia estratos más elevados, más allá del mono, más allá del hombre-trabajador e incluso del hombre-artista, esto se produce mediante un mayor desarrollo del poder de captar. El anhelo religioso es la búsqueda de una intensidad de imaginación más grande.
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En ese punto comencé El Marginal. Mi tesis era que la religión comienza con el estímulo del heroísmo reemplazando a la imaginación. Los Marginales de los primeros capítulos eran hombres hambrientos de heroísmo, encallados en una era no-heroica. Su anormalidad como Marginales residía en sus intentos de fabricar su propio heroísmo. La queja de Roquentín –La náusea de Sastre— era: No hay aventura, e implicaba que esto es verdadero en la civilización moderna.
Traté de demostrar que el ansia por una mayor intensidad de imaginación –de vida— toma la forma de una búsqueda del heroísmo. Este hambre de lo heroico era completamente visible en las vidas de Van Gogh, T. E. Lawrence, Rimbaud, Gauguin. Guido Ruggiero ha llamado a Gauguin y Rimbaud Santos existencialistas, y declaró –con completa precisión— que el existencialismo toma a la vida como una novela de aventuras.
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Nietzsche sabía que el ideal de una paz universal es un ideal falso; el hombre siempre intentará crear oportunidades para lo heroico. Las guerras del siglo XX son la expresión de una frustración inconsciente. Kierkegaard tenía razón cuando dijo que el aburrimiento es el verdadero mal del mundo. Una religión es el receptáculo de lo heroico, el símbolo de la necesidad del hombre de luchar por la captación. Las guerras mundiales y el fracaso de la religión son compañeros inevitables.
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El Marginal debía ser considerado como un fenómeno de la civilización moderna. Se llegaba a esta conclusión: es el síntoma de una civilización en decadencia. Pero, al menos, es un signo de salud.
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En cualquier época, la religión más pura está en manos de sus rebeldes espirituales. El siglo XX no es una excepción.
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Cada vez que una civilización llega a un punto crítico, es capaz de crear un hombre mejor. La respuesta exitosa a la crisis depende de la creación de un nuevo ser. No necesariamente el Superhombre nietzscheano, sino un tipo de hombre con una conciencia más amplia y un sentido de sus propósitos más profundo que nunca. La civilización no puede continuar en el presente embrollo, este desfile de miopes que producen mejores y mejores refrigeradores, pantallas de cine más y más anchas, secando constantemente en los hombres toda vida espiritual. El Marginal es un intento de contrabalancear esta muerte de los propósitos. El desafío es inmediato y exige respuesta a todos los que sean capaces de entenderlo.

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Si nuestra época está al borde de su última decadencia, como la civilización griega en los tiempos de Platón, el Marginal sólo puede observarla con curiosidad científica, y continuar -como Platón- meditando en problemas no tan inmediatos. Este separarse es la básica condición del sobreviviente, un signo de optimismo fundamental:


Todas las cosas caen y son construidas nuevamente.
Y aquellos que otra vez las construyen están contentos.


Así decía Yeats.


Los Marginales aparecen como erupciones de una civilización moribunda

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Colin Wilson
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[Todas estas frases fueron extraídas por mí del prólogo al libro titulado La Religión y el Rebelde, de Colin Wilson, que fue publicado en una antología de prosa de varios escritores preparada por Miguel Grinberg. El libro -la antología- se tituló Visionarios Implacables, y fue editado por Mutantia en el año 1994].